Especial
VZLA2030-GENERAL

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Gloria M. Bastidas

El escritor H. G. Wells ideó un libro que es tomado como un precursor de la ciencia ficción: La máquina del tiempo. ¿Viajar al futuro? Sí, bajo lo que Jorge Luis Borges llamó la “patética” hipótesis de la cuarta dimensión. El personaje de la obra de Wells se embarca en un dispositivo que le permite saltar al año 802.701. Lo que ve es aterrador. La humanidad ha quedado compactada en dos grupos: los Eloi y los Morlocks. Los primeros son seres perezosos que se alimentan de frutas y viven en jardines edénicos. Los segundos habitan en el subsuelo y han quedado ciegos. En las noches sin luna, los Morlocks emergen de sus catacumbas y se comen a los Eloi. El futuro puede tener muchas caras. Muchos rostros.

En esta Edición Aniversario de La Gran Aldea también nos vamos a montar en la máquina del tiempo. Pero no al estilo fantástico del inigualable H. G. Wells. Lo que pretendemos es hacer un ejercicio terrenal de cómo será nuestro futuro (o cómo podría o debería ser) tomando en consideración que el próximo año tanto el chavismo como la oposición escogerán sus abanderados para las venideras elecciones presidenciales. De 2024 al 2030 se abrirá un nuevo ciclo para Venezuela. El futuro es ya. Está a la vuelta de la esquina. No se trata de adivinarlo: se trata de planificarlo. De hacer el inventario de lo que tenemos y de lo que nos falta. ¿Qué perspectivas se asoman? Lo primero que hay que decir es que, para que los Morlocks no nos devoren, han de introducirse cambios en el tablero político-institucional. Esa es una condición sine qua non para que el país retome la senda democrática.

Un factor clave es el que corresponde a las condiciones electorales. Elecciones pulcras. Despojadas de ventajismo y de trampas. Elecciones con un árbitro creíble. Con un padrón depurado. Elecciones cuyos resultados sean acatados por quienes manejan los hilos del statu quo. O por sus opositores, si fuera el caso. Elecciones sin caprichosas inhabilitaciones políticas. Norberto Bobbio, siguiendo la doctrina de Joseph A. Schumpeter, formula en su Diccionario de política una definición de democracia que viene al dedillo: “La democracia es aquella forma de régimen en el que la contienda por la conquista del poder se resuelve en favor de quien haya logrado acaparar en una libre competencia el mayor número de votos”.

La democracia es eso y tanto más que eso. La democracia es institucionalidad. Un organismo electoral equilibrado es institucionalidad. Un Tribunal Supremo de Justicia ecuánime, es institucionalidad. Un Parlamento que verdaderamente represente a las distintas fuerzas políticas, es institucionalidad. La libre participación de los partidos políticos en la contienda electoral, es institucionalidad. El camino luce escarpado. Es como subir un coloso de espaldas. Las tareas que tenemos por delante no se constriñen al ámbito político-institucional. Cargaremos con el fardo del pago de una deuda externa que suma casi 190. 000 millones de dólares. Eso equivale a cuatro veces más de lo que representaba la deuda cuando Hugo Chávez asumió el mando en 1999. Y lo peor: esa orgía de recursos no se ha traducido en grandes obras. La industria petrolera está en ruinas. ¿Cuánto cuesta levantarla?

No parece que en las arcas nacionales hubiera suficientes fondos para costear las cuantiosas inversiones que PDVSA demanda. La otrora gallina de los huevos de oro apenas sobrevive. Y, por si fuera poco, también se necesitan recursos para saldar la inmensa deuda que se ha ido acumulando en las áreas de educación, de infraestructura y de salud. Casi tres millones de niños, niñas y adolescentes están excluidos del sistema educativo. Cerca de 93 mil maestros han emigrado. El tema educativo no puede reducirse a un simple jingle de campaña electoral. Tampoco podemos hacernos la vista gorda con el tema de la infraestructura. Venezuela ocupó el último puesto en el más reciente IMD World Competitiveness Yearbokk. El número trágico: 63. ¿Cómo pretendemos atraer inversiones o desarrollar el turismo si el servicio eléctrico es tan deficiente, si no contamos con suficiente agua potable o si el internet se cae?

El panorama en el área de salud luce igualmente desolador. Venezuela ha retrocedido dramáticamente en esta materia. Según información de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), solo el 1,5% del Producto Interno Bruto (PIB) del país se destina a este sector. La Organización Mundial de la Salud (OMS) sugiere que lo mínimo que debe asignarse para que el sistema funcione es 6%. Inaudito que un país que recibió un maná de un millón de millones de dólares haya desembocado en una Emergencia Humanitaria Compleja. Eso sí es ciencia ficción. Deplorable ciencia ficción. Un dato que revela el estado de postración del sistema sanitario: Venezuela aportó 50% de los casos de fiebre amarilla que hubo en la región en 2019. Pero resolver el problema -en esta área y en cualquiera- va más allá de una cifra. De un porcentaje. Está asociado al eficaz manejo de los recursos.

Juan Pablo Pérez Alfonzo hablaba del excremento del diablo para referirse al petróleo. Arturo Uslar Pietri decía, en lo que luego adquirió categoría de latiguillo, que había que sembrarlo. Más que recibirlo como un maná, hay que ver al oro negro como una gran oportunidad. Con una economía enclenque no vamos a ninguna parte. Y aquí entramos en otro punto decisivo: el respeto a la propiedad privada. Tenemos que salir de la caverna. Lo piden a gritos los ciudadanos, que reciben remuneraciones pírricas. Lo exigen los inversionistas, de cuyos grandes capitales dependemos para que el hoy oxidado aparato productivo recupere su lumbre. Lo exigirá el Fondo Monetario Internacional si acaso el porvenir nos depara la aplicación de un programa de ajuste que nos permita acceder a cuantiosos recursos de los que no disponemos. Y millonarios como Elon Musk o Bill Gates no llegarían a tanto en su filantropía. Es la realidad.

Las medidas que hay que tomar conforman un todo. Están interconectadas. No son compartimientos estancos. Para que haya buenas escuelas y buenos hospitales, es necesario contar con grandes sumas de dinero. Para disponer de grandes sumas de dinero, hay que poner orden en la economía. Para poner orden en la economía, hay que fijar reglas claras. Para que las reglas se cumplan, tiene que haber un sistema jurídico que garantice su cumplimiento. Para crear ese sistema jurídico neutral, han de introducirse profundos cambios políticos. ¿Cómo estará Venezuela en el 2030? Las presidenciales constituyen una gran oportunidad para recuperar el derecho de soñar. Mejor dicho: el derecho a aspirar, que, en la vorágine que nos ha arrastrado en los últimos tiempos, pareciera que ha sido suprimido. El porvenir está pisándonos los talones. Y Venezuela será tierra de oportunidades si evitamos que esta vez nos deje el tren. Corramos antes de que los Morlocks nos devoren.