Especial
VZLA2030-Economia

La economía que nos viene

Jesús Hurtado

Ocho años de recesión, uno de los cuarto procesos hiperinflacionarios más largos de la historia, amén de los estragos causados por la pandemia, dejan en la economía venezolana profundas cicatrices que tardarán en sanar. Pero, como los países no quiebran y más temprano que tarde se levantan, intentar vislumbrar qué pasará en la Venezuela de 2030 es un ejercicio más que necesario. Para ello hemos propuesto evaluar tres aspectos básicos: si es posible recuperar los números del artificialmente buen año 2012, cómo apalancar el maltrecho negocio de los hidrocarburos, y los retos del sector privado para lograr insertarse en la senda del progreso.

Las quimeras no existen

No será rápida ni milagrosa. Esta es la opinión general cuando se habla de la recuperación de una Venezuela que apenas comienza a ver algunas luces tras ocho años de oscuridad. Con el pesado fardo de haber perdido cerca de 80% de su peso, recobrar el volumen que artificialmente había alcanzado para el último año de gobierno de Hugo Chávez no será tarea fácil ni inmediata, y requerirá la conjunción de muchos factores para que las ventajas competitivas del país puedan dar los frutos esperados.

Porque si bien Venezuela es tierra de oportunidades, el daño ha sido profundo. Para muestra estos tres botones: según el Fondo Monetario Internacional (FMI) para 2021 el Producto Interno Bruto (PIB) fue apenas 22,77% del registrado en 2013; mientras que el Banco Central de Venezuela (BCV) señalaba que el Índice de Precios al Consumidor se había disparado 75.252.713.433% en ocho años. Al cierre del año pasado, la capacidad ociosa de la industria promediaba 75%.

Giorgio Cunto
Giorgio Cunto.

“No es imposible que Venezuela alcance en una década los números que tuvo hace diez años, pero es poco probable… Para ello se requiere de un salto cuántico en la capacidad productiva. Pensemos con lógica”, apunta el economista investigador de la firma Ecoanalítica y profesor universitario, Giorgio Cunto, quien recuerda que aun logrando cifras de crecimiento similares a las que hicieron posible el milagro de Japón y Alemania post la Segunda Guerra Mundial, Venezuela necesitaría entre dos y tres décadas (18 a 26 años, para ser exactos) para rozar los datos de 2012. Es más, si las estimaciones más optimistas -que apuntan a un crecimiento de 10% interanual durante una década- se cumplen, la economía doméstica estrenará la próxima década con menos de 60% del músculo que tenía en 2013, último año de PIB positivo antes de sumergirse en una espiral de caída que devino en uno de los procesos de hiperinflación más prolongados de la historia. Por ello, Cunto arroja una muy dura sentencia: “Con toda seguridad la economía de 2030 será más pequeña y más pobre que la de 2012-2013”.

Inflación 1990 – 2021
Infogram
José Guerra
José Guerra

Otros analistas prefieren una salida salomónica a la pregunta sobre qué pudiera ocurrir en la economía venezolana a largo plazo. José Guerra, economista, profesor universitario y exdirector del BCV, es de esa corriente y asoma dos posibles escenarios: en el primero se mantiene el statu quo que perpetúan las políticas restrictivas, se prolonga el anclaje cambiario, no se logra controlar la inflación y no hay recuperación del poder adquisitivo.

El otro escenario que vislumbra el exdiputado a la Asamblea Nacional para el período 2016-2020, pasa por un golpe de timón político y su consecuente cambio del manejo económico, que debería encaminarse a recuperar la industria petrolera -“antes que pase el tren del crudo como principal recurso energético”, dice-, y la reinstitucionalización de toda autoridad con incidencia en el quehacer económico.

DATO: Para 2030 más de 300% es lo que debería crecer la economía nacional para equipararse con los números vigentes en los años 2012-2013

Sary Levy
Sary Levy

En la misma línea, pero teniendo claro que las variaciones sobre el tema pueden ser muchas, Sary Levy, doctora en Economía e Individuo de Número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, agrega una tercera posibilidad para la Venezuela de 2030: un camino intermedio con promoción de algunos ajustes, pero sin dar el “salto cuántico necesario” para cambiar el modelo, ello con el fin de mantener al país en un loop infinito, un eterno ritornello para llegar siempre al mismo punto de un desarrollo que está a la mano pero nunca se alcanza.

Sin concesiones, Levy deja caer una lapidaria sentencia: “No creo que la velocidad de crecimiento económico vaya a ser rápida, y lo digo con honestidad y responsabilidad… Luego de una caída tan abrupta como la que ha tenido Venezuela en la última década, haber crecido entre 5% y 7% en 2021 y esperar un crecimiento de 10% para este año es marginal”, dice, añadiendo que las cifras de los primeros años del rebote deberían ser “exorbitantes” para poder alcanzar una recuperación inmediata de la maltrecha economía nacional.

A grandes rasgos

Así como hay consenso en que el despegue no será rápido, existe una opinión general en torno a las necesarias condiciones que deben prevalecer para que Venezuela se encamine finalmente en el carril del progreso; ello si se logra superar el peso de la historia según la cual desde 1974 la economía no ha pasado más de cinco años antes de caer en recesión, como apunta Giorgio Cunto.

Lo primero que se debe hacer es captar el flujo de inversiones necesarias para, antes que nada, atender la Emergencia Humanitaria Compleja que desde finales de 2016 viene afectando a, por lo menos, una cuarta parte de la población venezolana. Al respecto, la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA, por sus siglas en inglés), que desde 2019 abrió operaciones en Venezuela, estima que solo para completar su meta de 2022 se requieren más de 700 millones de dólares; lo que significa que mantener la ayuda a aproximadamente cinco millones de personas que constituyen los más vulnerables entre los vulnerables, demandará aportes superiores a 3.500 millones de dólares durante los próximos cinco años.

DATO: En 2022 la presencia de labores humanitarias de la ONU se extendió a 287 municipios en 24 estados, lo que habla del agravamiento de la Emergencia Humanitaria Compleja que vive el país.

Una vez satisfechas las necesidades urgentes de los más pobres, Venezuela precisa recuperar confianza, algo que pasa, ineludiblemente, por comprometerse a cancelar su milmillonaria deuda, algo nada simple para quien debe a cada santo una vela. Nuevamente, ante a la ausencia de datos oficiales que señalen cuál es la cifra exacta, los cálculos de organismos internacionales como el Banco Mundial y analistas privados, son la base para el análisis. Estos apuntan a que casi cinco años después de que el país entrara en default, los acreedores de la República reclaman el pago de unos 160.000 millones de dólares (180.000 millones de dólares, de acuerdo con el BM), monto que incluye impago de intereses a tenedores de bonos, deuda de PDVSA, préstamos de organismos multilaterales, préstamos bilaterales (China y Rusia a la cabeza), demandas nacionales e internacionales por expropiaciones y nacionalizaciones, e impago a proveedores de todo tipo, entre otros.

Henkel García
Henkel García

Aunque de momento es imposible para el país soñar siquiera con pagar una deuda que equivale al 250% de su Producto Interno Bruto, sentarse a renegociar y reestructurar la ingente cantidad es cuestión de tiempo, siempre y cuando antes se cumpla con la formalidad del reconocimiento legal de un gobierno que represente a la República en la mesa de negociaciones, por lo que una resolución de la conflictividad política es esencial para que esta condición se cumpla. Punto a favor del país es que, como explica el analista e instructor financiero Henkel García, llegado el momento de renegociar, el valor facial del monto será bajo, pudiéndose prever que oscilará entre 30% y 50%, lo que junto a las condiciones de pago que se planteen, servirá de sustento para recuperar la confianza perdida. Adicionalmente, el país debe ir consolidando una estructura económica que genere suficientes ingresos para garantizar los pagos acordados con los acreedores. 

Superados los dos escoyos anteriores, apenas comenzaría el trabajo de atraer inversiones para reconstruir prácticamente todo en un país que se quedó estancado hace ocho años: desde su desmantelada industria petrolera, la principal fuente de ingresos, hasta la infraestructura de servicios esenciales, pasando por estimular la producción de alimentos, punto de vital importancia para cualquier nación. Si bien la cifra exacta de las necesidades de financiamiento es imprecisa, un dato puede dar una idea de la magnitud del monto. En 2010, cuando la hiperinflación no era siquiera un lejano pronóstico y las sanciones económicas solo servían para incendiar los discursos de apoyo a otros parias políticos, el economista e investigador Asdrúbal Baptista calculó que Venezuela requeriría de unos 1,2 billones de dólares en inversiones durante tres quinquenios (2010-2025) si quería alcanzar un crecimiento sostenido y real. Esto significa inyección de unos 80.000 millones de dólares anuales durante 15 años, algo prácticamente imposible de hacer.

“Solo para atender problemas urgentes en servicios públicos los requerimientos de inversión suman la centena de miles de millones de dólares”, afirma el analista e instructor financiero Henkel García, quien avala la tesis de que el aporte inicial debe provenir de organismos multilaterales, únicos con músculo y disposición de otorgar ingentes recursos a un país que por años ha desdeñado su ayuda, y tomando en cuenta que los capitales privados internacionales se pensarían dos veces antes de venir sin antes ver concretados ajustes que por ahora no parecen estar en la agenda del Gobierno.

Condición sine qua non para que estos capitales aterricen sería contar con seguridad jurídica, entendida no solo como la derogación de varias leyes y la modificación de otras tantas, sino el establecimiento de un árbitro confiable que haga cumplir esas normas. “Esa figura no existe, porque el Tribunal Supremo de Justicia, que en teoría debería ser ese árbitro, no es creíble. Es una deuda que tenemos como sociedad”, dice García.

Ángel Alvarado
Ángel Alvarado.

A esto, el también economista y fundador del Observatorio de Finanzas, Ángel Alvarado agrega la necesidad de la solidez institucional, que se traduce en el cumplimiento de las leyes, obediencia al Estado de Derecho, un sistema judicial independiente, un Banco Central autónomo, y un presupuesto real y concreto. “Que haya democracia, balance de poderes y protección a la propiedad privada”, dice Alvarado.

El dilema del dólar

La moneda de curso legal en el país es el bolívar, pero la de curso real es el dólar. De hecho, han de ser muy pocos los venezolanos que aún no hayan utilizado la divisa “imperial” para realizar una transacción, una realidad que los analistas consideran habla de una dolarización de facto que puede prevalecer durante un tiempo, aunque ello no signifique que vaya ad infinitum.

Ángel Alvarado, fundador del Observatorio Venezolano de Finanzas, es de los que cree que este proceso no es nuevo, pues estima que comenzó en los años ‘70, dado que desde entonces y por temor a una devaluación se comenzó a valorar las propiedades en divisas. Pero la coyuntura de la hiperinflación, la consecuente desvalorización del bolívar y la carencia de papel moneda suficiente para garantizar los mecanismos de pagos, impulsaron la dolarización transaccional que llevó a cancelar desde un caramelo hasta el pasaje de autobús en dólares, lo que a su juicio habla de dolarización de facto a la que solo falta arropar el sistema financiero para ser completa. El analista cree que esa condición pudo concretarse en los momentos más álgidos de la crisis económica (2020-2021), pero la decisión final no se tomó. “Ahora tenemos una dolarización que va a ser estructural por las próximas generaciones”, acota Alvarado.

Con sus bemoles, Henkel García y Giorgio Cunto se mueven alrededor de esta tesis. El primero apunta que a mediano y largo plazo hablaremos de una dualidad monetaria, dado que el Gobierno no quiere dar paso a esa dolarización plena y formal de la economía sino que ha buscado alternativas para apuntalar el uso de bolívar, entre ellas la implementación del Impuesto a las Grandes Transacciones Financieras (IGTF) con el cual se pecha con 3% las operaciones realizadas en divisas o en criptomonedas distintas al Petro, monto considerable tratándose de un valor calculado en moneda dura.

Cunto, quien reclama que el tema no puede ser categorizado de forma binaria dolarizado-no dolarizado, habla de un proceso inercial acometido por la misma ciudadanía ante la inacción gubernamental para resolver un problema de formas de pago. Pese al terreno ganado por la divisa estadounidense, ve poco probable una dolarización plena pues ello demanda, entre otras cosas, tener una disciplina fiscal que nunca ha sido el fuerte de Miraflores en estos años, y elimina la capacidad de financiamiento vía emisión monetaria (emisión de dinero sin respaldo), que ha sido el arma del chavismo-madurismo para mantenerse a flote.

Por otra parte, el analista de Ecoanalítica y profesor universitario, recuerda que desdolarizar una economía que haya asumido el uso de esta divisa, aunque se forma parcial, es un proceso largo y no exento de complejidades, pues requiere recuperar la confianza en una moneda con la que nadie se siente seguro. Ejemplos de ello podemos encontrar en toda América Latina, donde el uso del dólar sigue siendo algo habitual años después de haber iniciado un proceso que se creyó momentáneo.

Con esta pintura de fondo, los analistas estiman más que seguro que en el futuro seguiremos hablado de un esquema bimonetario, donde el dólar y el bolívar convivan en cierta armonía: el primero como respaldo de toda transacción de envergadura, el segundo como moneda de pago inmediato y operaciones con el Estado. 

La cosecha que no llegó

Ni atómica, ni eólica, ni eléctrica. Según conspicuos expertos, ninguna de las alternativas existentes tiene la capacidad de desbancar al petróleo como principal fuente energética de un planeta que, paradójicamente, está literalmente muriendo por sus efectos contaminantes, pero que no pude prescindir de su uso. Por el contrario, su consumo aumenta: si hace 40 años el mundo demandaba unos 63 millones de barriles/día del hidrocarburo, hoy el consumo supera los 100 millones. Con esta realidad evidente, es más que seguro que de la Venezuela petrolera seguirán hablando varias generaciones, por mucho que se haya insistido en ‘sembrar el petróleo’, una frase que quedó para adornar discursos gubernamentales cuando se habla de intentos por diversificar una economía que desde hace un siglo depende del ‘oro negro’.  

DATO: Los combustibles fósiles -carbón, gas y petróleo- conforman 84% de la matriz energética mundial, mientras que otras 11 fuentes alternativas solo representan el 16% restante.

Pero, ¿podrá contar el país con una industria próspera dentro de una década? La respuesta luce tan turbia como el color mismo de ese abundante recurso en el subsuelo patrio. Años de desinversión, indiscutible desidia, corrupción, mala gerencia y peores políticas llevaron a Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA), considerada en los años ‘90 como la petrolera pública mejor manejada del mundo, a ser catalogada hoy como un negocio riesgoso y cuestionable. Para que Venezuela pueda volver a vivir del petróleo con la holgura que disfrutó hasta 2013, es preciso que eleve su producción en más de 300% y pasar de los actuales 727.000 barriles diarios a los 3 millones de barriles/día que se extraían en aquel entonces. Y es aquí donde se presentan las complicaciones.

Antes que nada, y al margen de unas sanciones que más temprano que tarde serán levantadas, PDVSA, o mejor dicho, el Estado venezolano, deberá comprometerse a cancelar los más de 80.000 millones de dólares en los que se calcula su deuda consolidada, la cual incluye compromisos de pago con otras naciones (China a la cabeza); deuda operativa, préstamos, bonos, arbitrios, acreencias laborales, etc. Superado este escollo, viene la parte más difícil: conseguir recursos para reflotar la desmantela industria.

Dos informes -uno del BCV y otro de PDVSA- que analizan los requerimientos para recuperar la producción a 3,4 millones de barriles diarios que se tenía en 2004, señalan que ello demandará invertir unos 250.000 millones de dólares durante una década; es decir, inyectar cada año 25.000 millones de dólares en labores de exploración, producción, transporte y procesamiento, la fase más compleja dado el deterioro que presenta un parque refinador de 1,3 millones de barriles/día, que llegó a estar entre los más avanzados del mundo y hoy no suple siquiera la demanda interna.

DATO: Un billón de dólares ingresó al país entre 2004 y 2014, de acuerdo con estimaciones privadas.

Rafael Quiroz Serrano
Rafael Quiroz Serrano.

¿De dónde saldrían los montos exorbitantes que se necesitan? “Se descarta que en Venezuela haya capital para hacer estas inversiones. PDVSA tampoco puede, por lo que habría que recurrir a las transnacionales más grandes en el tema petrolero”, afirma el economista y experto en el tema Rafael Quiroz Serrano. Pero incentivar a esos grandes capitales a venir al país pasa por cambiar la legislación petrolera y permitirles la participación mayoritaria en el negocio, lo que echaría por tierra el legado del “comandante eterno”, algo que el gobierno actual no parece dispuesto a conceder. “Hay que acomodar las reglas de juego, porque uno de los problemas es que no hay un marco jurídico serio, sólido y transparente, y ninguna empresa va a venir a invertir miles de millones sabiendo que puede estar en riesgo su capital”, dice Quiroz.

José Guerra concuerda con su colega, y agrega un punto no menos importante al señalar que sin unos competentes recursos gerenciales y humanos, la recuperación de la industria no será posible. Destaca el economista que cuando la producción cayó por debajo de 400.000 barriles/día (abril de 2020) fue relativamente fácil y rápido elevarla a 700.000 barriles/día, “pero allí se ha quedado estancada porque falta el capital y la mano de obra calificada, sin lo cual será imposible que PDVSA pueda llevar la producción a un millón de barriles, mucho menos a dos o tres millones”, dice.

Una fortuna que se desvanece

Antero Alvarado.

Un talento que no se aprovecha es como si no existiera, y eso pasa con el gas natural. Con una de las mayores reservas globales, Venezuela nunca ha podido siquiera aprovechar el volátil recurso que se extrae junto con el petróleo y que se quema sin contemplación, y aunque las condiciones están dadas para que el país se convierta en un exportador de gas, la total falta de estrategia y la indiferencia mostrada por el actual y todos los gobiernos a este filón de negocio, dejan mucho que desear sobre su futuro a mediano y largo plazo. Y sería muy fácil hacer que para la próxima década Venezuela se convirtiera en el más importante proveedor de gas en este lado del mundo. “En dos años podríamos tener producción suficiente como para abastecer el mercado nacional y exportar grandes volúmenes”, afirma Antero Alvarado, especialista en Economía de la Energía y socio director de la firma Gas Energy, quien aclara que entre las varias áreas operativas que existen en el país, Cardón VI, en el Golfo de Venezuela, presenta las mayores posibilidades de crecimiento a cortísimo plazo.

Algunas cifras pueden ayudar a poner en blanco y negro la importancia del volátil recurso para el país: mientras 89% de la población venezolana depende del propano (bombonas, más costoso) para cocinar, PDVSA quema 1.500 millones de pies cúbicos (MMpcd) cada día, equivalente a todo el consumo nacional; cantidad con la que podríamos satisfacer dos veces la demanda colombiana. Y si vender gas a Colombia no fuera buen negocio, se podría colocar en Trinidad y Tobago, a tan solo 90 kilómetros de las costas venezolanas, cerca de mil millones de dólares anuales en gas natural.

DATO: 197,1 billones de pies cúbicos es el potencial gasífero de Venezuela según PDVSA, la octava mayor reserva del planeta.

Pero para agarrar esos mangos bajitos se precisa, primero que nada, voluntad política para incluir al gas entre las actividades medulares para el país, que PDVSA afloje las riendas del negocio, en particular de la comercialización; la revisión y fijación de tarifas (congeladas desde 2006); y conseguir recursos financieros, una tarea más sencilla de lo que se cree dado el interés que despierta este recurso entre inversores no convencionales, amén de que, a diferencia del petróleo, el gas está fuera del radar de las muy de moda sanciones económicas. Por si esto no fuera suficiente, Antero Alvarado asegura que la actual legislación vigente es muy flexible y permite a los privados manejar buena parte de la cadena. “Hay tres grandes razones para hacer del gas un negocio: ambiental, porque el gas que se quema afecta al planeta; humanitaria, porque aumentaría la oferta de gas para el consumo interno; y financiera, porque la exportación generaría ingresos al país”.

Dos caras y un mismo fin  

La recuperación de la producción manufacturera será patente más temprano que tarde. Esa realidad, no obstante, deja en el aire dos dudas: la primera sería cuán preparado está el tejido empresarial para atender una creciente demanda de bienes y servicios made in Venezuela. La segunda, que se desprende de la primera, ronda en torno a si rescatar lo que la crisis dejó, o aprovechar la eventualidad para construir un nuevo esquema productivo.

En un intento por alumbrar el camino hacia un progreso que hasta ahora ha sido esquivo, Fedecámaras ha presentado una propuesta que va más allá de un desiderátum de buenas intenciones para, sustentado en análisis y diseño de una ruta concreta, dejar de lado la discusión sobre coyuntura y hablar del país que queremos y necesitamos. En concreto, el texto “Camino al futuro, Venezuela 2035” plantea la urgencia de desarrollar las ventajas competitivas del país antes que sus primacías comparativas, sobre la base de un nuevo modelo económico enfocado en la diversificación, abierto a la iniciativa privada y con la educación como estímulo para el cambio de mentalidad del venezolano, quien además de derechos tiene el deber ineludible de colaborar con el desarrollo social.

DATO: Documento de Fedecámaras “Camino al futuro, Venezuela 2035”.

Luigi Pisella
Luigi Pisella.

Sin embargo, en un país donde planificar de cara al próximo mes puede ser tarea compleja, el estructurado documento de Fedecámaras sigue dejando algunos cabos sueltos que no siempre pueden conciliarse. Así parece reconocer Luigi Pisella, presidente de la Confederación Venezolana de Industriales (Conindustria): “Es difícil hacer una fotografía de cara a los próximos ocho años, pero si se mantienen las condiciones que estamos empezando a ver y se proyectan en el tiempo, podemos tener algo interesante para 2030”, dice.

Y lo explica con un sencillo ejemplo: “Si pesabas 100 kilos pero perdiste 80 y recuperas 10% del peso, tendrás 22 kilos. Si recuperas otro 10% llegarás a 25 kilos, ¿te recuperaste? No, pero vas en el camino adecuado… Debemos tratar de lograr que las causas que ocasionaron que perdieras 80 kilos no se repitan”, dando así chance para plantear una especie de decálogo de condiciones necesarias para que la Venezuela productiva sea una realidad en la próxima década:

    1. Reinstitucionalización del Estado, con prioridad en la independencia de poderes.
    1. Respeto al derecho a la propiedad.
    1. Desmontaje del modelo estatista.
    1. Participación ciudadana en el desarrollo integral del país.
    1. Recuperación del poder adquisitivo como sostén del crecimiento productivo.
    1. Apertura a la inversión nacional e internacional.
    1. Diversificación de la producción.
    1. Derogación y/o reformulación de leyes que atentan contra la libre iniciativa.
    1. Desmontar y evitar los controles.
    1. Mejora substancial de los servicios públicos.

Aun así, Pisella tiene claro que la recuperación va a ser lenta. “Venezuela tampoco va a ser la de 2013 porque no tenemos las condiciones que teníamos en aquel entonces, como una producción de 3 millones de barriles diarios a 130 dólares por barril, o dólares baratos”, dice, acotando que Cadivi potenció un crecimiento ficticio de la economía.

Ahora bien, tomando en cuenta la drástica caída de la productividad y la obsolescencia tecnológica del parque manufacturero criollo, cabe preguntar si sería más conveniente levantar desde cero una nueva planta productiva, antes que asumir el costo de recuperar y actualizar la existente. “Las dos cosas a la vez” -zanja Luigi Pisella- “Tenemos un parque obsoleto que necesita financiamiento de organismos multilaterales para levantarlo, para una reconversión industrial. Pero en paralelo podemos ir recuperando la capacidad instalada en la medida de que se recupere el consumo, porque sin demanda no hay producción. Eso sería lo óptimo”. 

DATO: En los primeros años de este siglo, la manufactura contribuía con 15% al PIB; hoy su aporte oscila entre 3% y 4%.

Tiziana Polesel
Tiziana Polesel.

Tiziana Polesel, presidente del Consejo Nacional del Comercio y los Servicios (Consecomercio), apoya esta tesis. “El borrón y cuenta nueva no siempre es lo más sensato. Efectivamente hay áreas en las que es preciso empezar de cero, pero otras no. Lo más recomendable es rescatar lo positivo, y que esa historia te sirva para no repetir los errores del pasado”. Al margen del rezago tecnológico en muchas áreas, Polesel tiene claro que si un sector económico tiene real potencial de crecimiento sostenido es el de los servicios. Y en Venezuela abundan las oportunidades no solo desde el punto de vista de lo que se puede ofrecer in situ sino del listo para llevar.

En el primer caso se refiere al enorme potencial en áreas como el turismo, cuyo despegue sigue siendo una promesa incumplida, pero cuya puesta en marcha abarcaría todo un ecosistema de actividades conexas con incontables beneficios. Respecto a lo segundo, Polesel cree posible que para 2030 se haya concretado la internacionalización del servicio como fuente de unos negocios que ya comienzan a despegar, y que son tan disímiles como capacidades han adquirido los profesionales venezolanos que han decidido subirse al tren de la tecnología.

A modo de colofón

Subir siempre ha sido más difícil que bajar, y Venezuela tendrá que subir mucho luego de una caída tan abrupta que pulverizó entre 75% y 80% de su economía en un período muy breve. De hecho, analistas de cualquier cuño consideran que los primeros años de rebote serán determinantes para conocer el desempeño a largo plazo de un país que lo tiene todo para subirse a la autopista del progreso, pero que no ha sabido potenciar sus cualidades y capacidades.

Es más, tendrá que buscar salidas muy inteligentes pues el mundo de hoy, y menos, no es ni será el mismo que el de hace ocho años atrás, cuando comenzó su descenso al Hades. “Estamos en un momento de quiebre mundial, de revolución del modelo económico, de los polos de hegemonía, de cambios paradigmáticos, desarrollos tecnológicos increíbles, y si no te montas en eso, si te quedas a ver el ombligo y la historia de ayer, no ves hacia dónde debes enfocarte. Corres el riesgo de acoplarte a un planeta de 1989 pero estás en el siglo XXI”, acota la doctora en Economía Sary Levy al hablar sobre la Venezuela de la próxima década.

Categórica, la académica dice que ve poco probable que la Venezuela de 2030 pueda parecerse al país de 2012, cuando de forma artificial se había logrado una expansión económica sustentada en endeudamiento, gasto público y mucho tráfico aduanero, pero que no supo aprovechar los años de bonanza petrolera para potenciar su tejido industrial y diversificar su economía.

En la misma línea apunta Giorgio Cunto, economista investigador de Ecoanalítica, quien cree que, invariablemente de los crecimientos macroeconómicos que se puedan dar en los próximos años, la economía de 2030 será más pequeña de la existente en 2013, año previo al despeñadero de las cifras nacionales.

No obstante, sea cual sea el tamaño de su economía dentro de ocho años, las incontables riquezas naturales, su capital humano y las muchas posibilidades de expansión que detenta, hacen de Venezuela una nación llamada a convertirse en punta de lanza de la región.

*Las fotografías fueron facilitadas por el autor al editor de La Gran Aldea.